Gracia y misericordia
En algún momento aprendí que “gracia”, es que Dios nos da lo que no merecemos; y “misericordia” es que Dios no nos da lo que merecemos. Estas son formas cortas de definir conceptos que son mucho más amplios. Conceptos que si dejamos de revisarlos bien podríamos caer en la tentación de adjudicar la bondad de Dios a nuestras acciones. Cuando la bondad, amor y justicia de Dios se derraman sobre todos y todas. Además, se originan en Dios mismo y su voluntad.
Tengo que decirlo y constantemente recordarlo. Pues en ciertos momentos en los que me he sentido “espiritualmente” bien, ya sea porque estoy orando más, leyendo la Biblia más o ayunando constantemente, suelo también a sentir cierto aire de superioridad. Que claramente no está en sintonía con la Gracia de Dios. Esto convierte la experiencia “espiritual” en una herramienta para alimentar el ego. Ego porque se mide en comparación a los demás. En vez de construir puentes de entendimiento y comunicación.
El apóstol Pablo trata esta situación en la epístola a los Romanos. Habla de una espiritualidad basada en lo que es común al grupo al que pertezco. Que menosprecia al otro que piensa distinto. El apóstol nunca ha ido a la iglesia en Roma. Sin embargo, la conoce por medio de colaboradores de su ministerio que pertenecen a esa iglesia. Claramente es una congregación donde hay judíos y gentiles. Lo cual contribuye a visiones distintas sobre la vida de fe. Lo que me llama la atención es que Pablo dice que unos son fuertes y otros son débiles. Sin embargo, ambos bandos están accionando para beneficio propio.
Romanos 14.1–3 (RVR60)
Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones. Porque uno cree que se ha de comer de todo; otro, que es débil, come legumbres. El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido.
Ya Pablo ha explicado claramente que “por cuanto todos pecaron” y que “bueno no hay ni uno”. Por lo tanto, todos estamos bajo la gracia de Dios. Tanto los fuertes como los débiles. Notamos que, en la descripción de Pablo sobre los dos grupos, hay un grupo fuerte que es afín a la teología de Pablo y uno débil que es el que cumple con reglas alimentarias y días sagrados. La recomendación de Pablo es:
Romanos 15.1–3 (RVR60)
Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí.
Los fuertes son los llamados a soportar a los débiles porque son precisamente fuertes. Pablo se pone en esa posición haciéndose responsable por el bienestar de los débiles y no agradarse a si mismo.
En el mundo de hoy, ¿quiénes son los fuertes? ¿Quiénes son los débiles? ¿Con qué grupo nos identificamos? ¿Actúan los fuertes para el bienestar de los débiles o para su propio bienestar? ¿Habrá necesidad de arrepentimiento, de perdón, y reconciliación?. Estas mismas preguntas bien podemos aplicarlas al contexto familiar de la casa y al contexto comunitario.
De una cosa si estamos seguros: que los que hemos sido salvos por la gracia de Dios, somos fuertes. Fuertes para bendecir, para levantar, para ayudar, para extender puentes y no para menospreciar, juzgar, y dividir. Para esto oramos, ayunamos, estudiamos la Biblia; para modelar a Jesús en la vida.