Paz
Paz en hebreo se escribe “Shalom”. En ese lenguaje su definición abarca un significado mayor que ausencia de guerra. Su significado se acerca más a la idea de “bienestar total”. Cuando saludamos con la palabra paz, lo que le deseamos al otro es que Dios le dé todos los recursos para estar bien de salud física, emocional y espiritualmente. Ese bienestar total es en gran medida el reflejo de disfrutar de relaciones justas con los demás; en especial con Dios.
En el Antiguo Testamento encontramos que los Hebreos hacían ofrendas o sacrificios de paz. Lo que implica que para estar bien, o estar en paz, lo primero que hacían era reconocer que Dios es el autor y sustentador de la paz. De manera que el origen de la paz es Dios mismo. El deseo de paz mueve al ser humano hacia Dios. En actitud de gratitud hacia el Dios que ha provisto todo, para todo. Incluso Dios mismo proveyó todo para así ofrecer la mejor ofrenda.
Otro aspecto de la paz es que no está relacionada con los eventos que nos rodean. Está relacionada con cuánta confianza depositamos en Dios.
El Salmo 34 nos habla precisamente de esa paz. Comienza así:
Bendeciré a Jehová en todo tiempo;
Su alabanza estará de continuo en mi boca.
Salmo 34.1 (RVR60)
El hombre y mujer que confían en Dios, en todo tiempo, sea cual sea, siempre adoran y alaban a Dios. Mientras alabamos a Dios pronunciamos bendición. Proyectamos la presencia y gloria de Dios de manera sonora y audible. Esta alabanza llena nuestras habitaciones, nuestras casas y las ilumina con luz divina.
Gustad, y ved que es bueno Jehová;
Dichoso el hombre que confía en él.
Salmo 34.8 (RVR60)
El hombre y mujer que confían en Dios siempre experimentaran con todos sus sentidos la bondad de Dios. Los sentidos se agudizan de manera que se puede disfrutar plenamente las bendiciones que están a nuestro alcance.
Hay un himno que cantamos en la iglesia que tiene una estrofa que dice:
De paz inundada mi senda esté
Do cúbrala un mar de aflicción
Mi senda cualquiera que sea diré
Estoy bien, estoy bien con mi Dios.
Su autor fue Horacio Spafford. Él experimentó la trágica pérdida de sus hijas en un naufragio, de su hijo por una enfermedad y de todas sus posesiones por un fuego. Ante todas estas pérdidas, Horacio, que era un hombre de fe, compuso este bello poema que describe la oscura noche que no logra desesperar ni desesperanzar porque la paz de Dios nos inunda.
Por otro lado, la paz está relacionada con la manera y forma en la que nos relacionamos con nuestros semejantes. Porque no se puede estar en paz con Dios y practicar la injusticia simultáneamente. Injusticia que se podría manifestar desde lo que sale de nuestra boca y desde las acciones propias, para mal del otro y bien nuestro.
¿Quién es el hombre que desea vida,
Que desea muchos días para ver el bien?
Guarda tu lengua del mal,
Y tus labios de hablar engaño.
Apártate del mal, y haz el bien;
Busca la paz, y síguela.
Salmo 34.12–14 (RVR60)
Finalmente, Jesús es el príncipe de paz. A través de la fe en Él podemos restablecer nuestra relación con Dios y de esa manera acceder a la paz. A ese estado de bienestar total que solo en Jesús experimentamos.
Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Romanos 5.1 (RVR60)
Recordemos siempre que el hombre y la mujer que viven en la fe, viven en paz.
¡PAZ!